En la segunda comunicación pública después de su detención, la hija del fundador de Huawei se refiere a la estrechez económica de su infancia y reflexiona acerca de la relación con su abuela materna, a quien acompañó en el lecho de muerte.
Meng Wanzhou, Directora General de Finanzas de Huawei e hija del fundador de la compañía, Ren Zhengfei, divulgó una nueva nota, la segunda comunicación pública tras haber sido liberada bajo fianza, luego su detención en Canadá el 1 de diciembre pasado.
En esta publicación –un extracto de su diario de vida– la ejecutiva revela aspectos desconocidos de su personalidad y de la historia familiar. En el texto expresa cómo el haber estado presente durante los últimos momentos de vida de su abuela, a los que su padre no pudo acudir por verse inmerso en los negocios, la hizo recordar su propia infancia y los momentos felices –y los difíciles- que su familia paterna vivió durante muchos años.
Meng Wanzhou cuenta, por ejemplo, cómo su abuela la ayudó a estudiar cuando era pequeña, con paciencia y bajo la tenue luz de una lámpara, siendo ella “lenta” para las matemáticas; con el paso de los años, la hija del fundador de Huawei estudió contabilidad y obtuvo una maestría de la Universidad de Ciencia y Tecnología de Huazhong, entre otros logros.
La ejecutiva también revela en su diario de vida aspectos relacionados con la estrechez económica de su familia; menciona que su padre siempre estaba muy ocupado, dedicándose principalmente a trabajar. En la carta dedicada a su abuela, reconoce que ella era el sostén de la familia y que su mayor deseo era poder educar bien a los nietos para aliviar la presión sobre sus padres.
A continuación, un extracto del diario de Meng Wanzhou:
Cuando volví de Kunming quería escribir algo para mandárselo a mi abuela a la distancia. Pero durante un largo tiempo, cada vez que cerraba los ojos, me venía la imagen de la abuela recostada en la cama del hospital y no lograba calmar mis pensamientos. En los últimos días de mi abuela, mi hermano y yo éramos los nietos que teníamos más contacto con ella. Considero haber tenido mucha suerte ya que, cuando le quedaban unos pocos segundos de vida, pude estar a su lado; no como mi padre, que estaba de viaje de negocios en el exterior.
La forma en que mi abuela se veía acostada en la cama es algo que no puedo olvidar. Cuando llegué al hospital, el médico me indicó que mi abuela había sufrido una hemorragia que había generado un grave daño cerebral y había perdido la conciencia. La equimosis y las manchas en su rostro parecían marcas de las vicisitudes y las tempestades que había experimentado durante su vida. Mi tía me abrazó y lloró al recordar el momento en que le cambió la ropa a la abuela y descubrió que aún usaba pantalones remendados. La abuela estaba en la cama y el equipo médico de la habitación seguía emitiendo señales. Estaba segura de que la abuela había estado intentando resistir hasta que llegara mi padre. Yo solo pensaba en poder volver a acariciar las arrugas en su rostro, en volver a sostener su cálida y pequeña mano, pero tenía miedo de molestarla. La última noche de vida de mi abuela, mi tía permaneció sentada en silencio en el pequeño banco a los pies de la cama sosteniendo sus pies mientras se enfriaban, una escena ante la que era imposible no derramar lágrimas. La abuela siempre había prestado mucha atención a su dieta y había llevado una vida muy regular, por lo que su estado físico era mucho mejor que el de las personas de su edad. Ya que mi padre siempre estaba demasiado ocupado, muy pocas veces podía ir a Kunming a verla. El hijo mayor siempre es especial, por lo que la abuela siempre pensaba conservar su buena salud para irse a vivir con mi padre después de retirarse, poder charlar con él y prepararle sus platos favoritos. Quién hubiera imaginado que esta desgracia tan repentina le iba a quitar la vida a la abuela y nos iba a quitar el apoyo emocional a todos nosotros. Cuando yo era una niña de tan solo cinco años, mi abuela vino a Chengdu para llevarme a Guizhou a estudiar. Esa fue la primera vez que la vi. No sé si mis padres también esperaban que su hija tuviera un futuro brillante. En aquel entonces, yo tenía dos años menos que la edad escolar mínima y, por eso, no podía empezar la escuela primaria en Chengdu. Por esa razón me enviaron a Guizhou a vivir con mi abuela. Recuerdo que al llegar a Guizhou me matriculó en la Escuela Primaria No. 3 de Duyun. Pero, en ese entonces, como yo era tan pequeña, todavía no estaba al nivel del resto de los estudiantes de primaria. Es por ello que todas las noches hacía las tareas de Matemáticas como si fueran un rompecabezas: 1+1 resultaba sencillo, ya que podía contar con los dedos, pero cuando me presentaban sumas como 10 + 15, tenía que usar palillos para llegar al resultado. Ella me ayudaba a terminar la tarea con paciencia. De este modo, al lado de la abuelita y bajo la tenue luz de la lámpara, comenzó mi educación elemental.
Lo más lindo que hacía con mi abuela era salir a comprar caramelos. En ese momento, en las áreas montañosas de Guizhou, las condiciones económicas eran muy malas, mucho peor que en mis días en Chengdu. Recuerdo que una vez estábamos cenando y, como no había carne para comer, me metí debajo de la mesa y la tumbé. No solo no comí yo, sino que tampoco dejé que comieran los demás. La abuela no quería que yo sufriera por estar lejos de mis padres y ahorraba el poco dinero que tenía y lo usaba para comprarme caramelos. En aquel entonces, yo era demasiado pequeña para comprender la escasez económica que sufría mi familia. Un caramelo más para mí suponía un bocado menos de comida para mis tíos. Con el tiempo, empecé a entender las cosas. Y es por eso que tengo que agradecer a mis tíos generosos y de buen corazón. Sin ellos no podría gozar de buena salud hoy en día. Creo que todos en la familia podemos recordar las palabras que la abuela a menudo recitaba: “La abuela te lleva a pasear y te compra dulces”. Gracias a las palabras de la abuela, los días lejos de mis padres se pasaban más rápido.
La segunda vez que me llevaron a visitar a mi abuela ya estaba en primer año de la secundaria. En aquel momento, mi padre tuvo que viajar a la desértica Shenzhen. Como temía afectar los estudios de mi hermano y los míos, nos enviaron de Jinan a Guizhou. Recuerdo que en Jinan estudiábamos en una escuela primaria rural con una mala calidad educativa. Además, mi hermano y yo jugábamos en el campo todo el día, cazando saltamontes y recogiendo flores silvestres.
Si bien nuestra infancia fue inolvidable, nuestro nivel educativo no era bueno; de hecho, ocupé el último lugar en el examen en la Escuela Secundaria No. 1 de Duyun. En ese momento, mi abuelo era director de la escuela y mi abuela, maestra superior de Matemáticas. Realmente sentía que no les había dado ninguna satisfacción en ese ámbito y me sentía muy avergonzada. Justamente por eso siempre quise hacer un doctorado, siempre quise que mis abuelos se sintieran orgullosos de mí.
Lo que me entristece es que ahora la abuela solo puede recibir las buenas noticias acerca de mí en otro mundo. Cuando estudiaba Geometría en el segundo año de la escuela secundaria, me tocó mi abuela como profesora. No solo daba la clase, sino que también me daba lecciones particulares. Además, si bien yo era una niña, ya tenía sentido del honor. Trabajé duro y, por fin, logré mejorar mis notas. La abuela era una persona imparcial. Recuerdo que en un examen, con mucho esfuerzo, logré sacar la mejor calificación, pero como ella había corregido mi examen, quiso invitar a otros profesores a revisarlo también. Esta fue la única vez que saqué 100 puntos en mi vida, gracias a mi abuela y su atención.
El hijo favorito de mi abuela era mi tío, y el hijo al que prestaba más atención era mi padre. La vida de mi tío no marchaba viento en popa, por lo que mi abuela siempre quería ayudarlo. Y en cuanto a mi padre, él se dedicaba totalmente al trabajo y su salud empeoraba cada día más. Recuerdo que mi abuela le pedía una y otra vez que cuidara su salud y, cuando le descubrieron diabetes y nadie en la familia sabía cómo tratarla, la abuela dedicó especial atención a recopilar todas las noticias relacionadas, las recortaba de los periódicos y de las revistas y se las enviaba a mi padre. La abuela también armó una receta especial y la colocó en el lugar más visible en la cocina para que todos la tomaran como referencia. El amor de la abuela por sus hijos y nietos siempre fue muy minucioso. Todos vivimos con ella en algún momento: nos ayudaba con nuestros estudios, nos cocinaba, nos lavaba la ropa, dedicaba su energía entera a nosotros. Recuerdo que, hace muchos años, nos dijo que ya estaba anciana y no podía contribuir mucho a la familia. Dijo que su mayor deseo era poder educar bien a los nietos para aliviar la presión sobre nuestros padres.
Después de mudarse a Kunming, cada festival de primavera ella viajaba a Shenzhen a celebrarlo con nosotros. Y cada vez que venía, traía bolsas de tocino y salchichas para cada uno. Recuerdo que un año la abuela preparó 35 kilos de salchichas. Con 77 años de edad, ¿cuántas veces habrá tenido que ir al mercado para comprar 35 kilos de carne de cerdo? Y, ¿cuánto tiempo habrá tardado en preparar las salchichas? Además, una vez que las preparaba, tenía que esperar a que no hubiera nadie en el patio para poder colgarlas en las ramas del ciprés y, así, poder ahumarlas. Recuerdo que cada vez que llamaba por teléfono a mi abuela, siempre me decía cuántas salchichas había preparado ese día. Ahora recordándolo, no puedo dejar de sentir melancolía. Cuando la abuela estaba conmigo no me parecía nada extraordinario. Pero cuando se fue, me di cuenta de que ella era el sostén de la familia. Cuando nos iba bien, siempre queríamos contarle, cada vez que mi padre salía de viaje de negocios la llamaba para dejarla tranquila; mi tía menor siempre iba a Kunming a visitarla en las vacaciones y mis otras dos tías siempre le consultaban cuando tenían un problema. Aunque la abuela ya tenía sus años y, en muchas ocasiones, no podía seguir el ritmo de la época, siempre lo intentaba y estaba dispuesta a entender y aceptar nuestra forma de vida. Justamente por eso la queríamos tanto. Mi tía me contó que una semana antes de su muerte, la abuela dijo que compraría un disco para aprender a cantar karaoke y poder hacer una presentación ante nosotros durante el venidero Festival de Primavera.
Hoy, mi querida abuela ya está en el cielo lejano y no sé si podrá oírnos. Lo único que nos consuela es saber que se fue a reunir con el abuelo.
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